Hemos sido testigos de un reciente programa de televisión, emitido por el canal nacional de televisión de Chile, referido a los inmigrantes. En él, sustancialmente se planteó la tesis de que, si no se aprueba una “Ley Migratoria”, los inmigrantes pueden realizar un estallido de protesta social similar al protagonizado en Francia y otros países europeos en años recientes. Traumáticas imágenes de la violencia de aquellos sucesos y de otros del pasado chileno se mezclaban con pequeñas cuñas de autoridades y personas involucradas de algún modo con el tratamiento de la migración en Chile para dar el carácter de profecía posible a esta tesis.
No vamos a extendernos en mostrar las enormes diferencias entre el caso francés-europeo y el chileno. La cantidad de inmigrantes, el origen africano o turco de la mayoría de ellos, sus diferencias enormes, religiosas, idiomáticas y étnicas, con la población europea, así como los profundos desgarros de su relación colonial precedente, entre muchas otras consideraciones. Tampoco entrar en el debate de que significa realmente una “Ley migratoria”, como si ahora no la hubiera, de hecho. Estas cuestiones, de suyo importantes, son solo el aspecto externo de un problema más profundo, dañino y generalizado, que se expresa en el caso de este programa que comentamos, y es sobre eso que queremos reflexionar.
Los medios de comunicación masivos, durante el mismo tiempo en que la inmigración de nuevo tipo se ha vuelto una realidad, es decir, casi dos décadas, vienen haciendo un tratamiento de la inmigración, cuya experiencia y reflexión acumulada hace posible y necesario un balance de sentido y una propuesta de responsabilidad conciente por parte de todos quienes estén interesados. No se trata de una propuesta legal o institucional, de esas ya existen muchas y buenas, allí sólo falta la voluntad política y la imaginación audaz para modernizar y adecuar a los tiempos. Se trata de una reflexión y propuesta hecha para nosotros mismos, es decir, cada una de las personas que sentimos un deber de conciencia y responsabilidad frente a este fenómeno del tratamiento de los medios a la inmigración en Chile.
Son apenas unas sugerencias que consideramos útiles a una sociedad democrática e incluyente, es decir, moderna, sana y con desarrollo. Estamos plenamente concientes que son sólo una voz en un debate y reflexión que, necesariamente, es plural, de todos. Al menos, de todos los que se sientan responsables de ello. Por otro lado, sabemos también que se trata de una problemática compleja, la cual, dadas las fuerzas y condicionantes estructurales, no admite soluciones fáciles. Por ello, se remiten a la conciencia, la responsabilidad y la acción posible de cada persona, lo cual es mucho más fácil de conseguir, como medio de lograr influir en los mecanismos y lógicas hegemónicos actualmente en los medios.
Los medios y la inmigración
Es un hecho evidente que el tratamiento de los medios masivos de comunicación hacia la inmigración latinoamericana, especialmente andina (esto es, de la proveniente de países de la Comunidad Andina de Naciones), es discriminatorio e irresponsable. Por supuesto, hablamos de una tendencia predominante, en la que felizmente existen honrosas excepciones. Tempranamente, estudios mostraron este hecho, tales como OIM: 1997, Periódico Contigo Perú: 2002 (hecho por la periodista Fabiola Ortiz). Numerosos titulares o notas de prensa, cuñas de televisión, afirmaciones de analistas y hasta comentaristas deportivos, sketchs de “humor” “popular”, entregan informaciones erradas o francamente tendenciosas, refuerzan prejuicios y estereotipos, xenófobos y racistas, o convierten a la inmigración en “arma” dependiente de los vaivenes políticos y económicos con los países vecinos de donde provienen los inmigrantes. Un ejemplo: en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales, un candidato de la derecha, a sólo días de haberse declarado llorosamente “cristiano” en un debate televisivo, no dudó en llegar en lancha a la frontera marítima con un país vecino de donde provienen inmigrantes y agitar las más bajas pasiones e instintos xenófobos, a pretexto de antiguos enfrentamientos bélicos y de sus consecuencias aún no resueltas.
Ciertamente, no se trata de apuntar a que los medios no debieran tratar el tema de la inmigración, como hay quienes, por reacción, tienden a ello. Eso, además de inviable, sería ilegal y, sobre todo, perjudicial para la sociedad. Una sociedad sana, democrática e incluyente, no puede construirse vulnerando el irrenunciable derecho a la libertad de expresión. Sin embargo, es igual de cierto, que, si no se reflexiona sobre las responsabilidades que el poder que, de hecho, tienen en la opinión pública los medios masivos de comunicación, ello también se vuelve un obstáculo para conseguir aquella sociedad.
Por otro lado, el tratamiento de la inmigración en los medios masivos de comunicación, aunque tiene niveles diferenciados de responsabilidad, es responsabilidad de todos los involucrados. ¿Cómo no recordar cuando, para la caída del ex dictador Fujimori en Perú, aparecieron en televisión inmigrantes peruanos anunciando una “oleada masiva de inmigrantes”? ¿Cómo explicar esta irresponsabilidad hacia sus propios connacionales y compañeros de inmigración, reforzando percepciones alarmistas que, ni fueron ciertas, ni pueden dejar de generar en la población chilena que las oye el refuerzo de todos sus prejuicios y temores hacia una inmigración que, además de ser magnificada, supuestamente viene a quitar “trabajo y beneficios sociales” a los propios chilenos? Y esto es valido para cada uno de nosotros, especialmente quienes estamos o nos sentimos involucrados con el tratamiento de la inmigración en Chile.
Las condicionantes estructurales
El problema fundamental de los medios masivos de comunicación y su tratamiento de la inmigración en Chile, puede resumirse en dos grandes factores condicionantes, de carácter estructural, que se refuerzan e interactúan mutuamente. Ambos no son una particularidad de Chile, están presentes en todo el mundo occidental.
Primeramente, la falta de una cultura de la responsabilidad social de los medios. En un caso que es parecido al de la responsabilidad ecológica de la industria. Durante siglos, al menos desde que nació la industria, la cultura hegemónica fue considerar que la propiedad de la industria liberaba al dueño de ella de toda responsabilidad ambiental, ecológica. Ya sea por que se le atribuía la “generación de empleo y riqueza”, ya sea, simplemente, porque era el dueño y podía hacer lo que le plazca con su propiedad. Sin embargo, a lo largo de la segunda década del siglo XX, se cuestionó esta cultura y paulatinamente, merced a la conciencia creciente de la crisis ambiental, esta cultura fue modificada dando pie a normativa legal que impuso la responsabilidad ambiental de la industria como obligación exigible por parte de la sociedad. Y son pocos los que en la actualidad la discuten. Así ocurre con los medios de comunicación. Todavía nuestra cultura se mueve en los parámetros de la propiedad. Se asume que ella libera al propietario de toda responsabilidad social en su uso. Apenas, si se han establecido normativas para la demanda civil o penal en caso de “injurias” a personas, las cuales, como es sabido, son bastante inoperantes en la práctica. Pero sobre responsabilidades sociales hacia la no discriminación, por ejemplo, están todavía muy ausentes de nuestra cultura, y, aunque existen honrosas propuestas, están lejos de ser generalizadas. En el caso de los pocos medios “estatales” o nacionales, la situación es similar, pues allí operan en la práctica, y más allá de las buenas intenciones y los discursos políticamente correctos, una serie de mecanismos no democráticos, tales como la designación y cooptación de directores y orientadores, la venta del espacio por medio del precio de mercado, que excluye, de hecho, a quienes no tienen grandes recursos, etc. Y, sobre todo, opera aquí también, el segundo condicionante estructural, el cultural, traducido en el “raiting”.
Este es también un tema complejo, sin soluciones fáciles, por el contrario. Cabe preguntarse ¿Por qué la sociedad se ve en la necesidad de prohibir y castigar el uso de drogas duras (no nos meteremos con las blandas, sino con las duras que causan severo daño al organismo)? ¿Por qué, simplemente, no se confía a la misma gente, a su propio criterio, el elegir o no el consumo de algo que se sabe puede hacerle mucho daño? Es sólo un ejemplo, en cualquier caso extremo, pero útil, para mostrar que algo parecido, en cierto sentido, ocurre con los mensajes en los medios. Parece que dadas las condiciones culturales hegemónicas actuales, tal como las drogas duras, los mensajes discriminadores y “amarillistas”, que agitan las pasiones e instintos más bajos y dañinos socialmente, igual se consumen, se “venden”, crean, sino adicción, como las drogas, al menos, costumbre, adaptación. Son más fáciles de digerir, son simples. Por ejemplo, los inmigrantes son ajenos o enemigos, son una amenaza. No requieren esfuerzos de reflexión, no requieren asumir responsabilidades, son cómodos. Además, dan salidas fáciles a los problemas, los miedos, las angustias y los enojos. Por ejemplo, los inmigrantes son culpables del desempleo, de las enfermedades, etc. Hasta de mis problemas personales puedo descargarme con este fácil “chivo expiatorio”. Por último, refuerzan, de manera fácil aunque dañina, la identidad y cohesión nacional, debilitada por fenómenos como las colosales desigualdades y segmentaciones socioeconómicas, y las pérdidas de sentido compartido para grandes grupos de la población.
Se produce así un círculo vicioso, los medios, las personas que deciden y laboran en ellos, producen y “venden” los mensajes discriminadores, “amarillos”, alarmistas, etc., que la “gente quiere”. ¿Cómo pedirle a un periodista o director de programa que haga un programa responsable socialmente con la inmigración, que la gente no va a sintonizar? ¿Cómo pedirles que no hagan un programa que agite los peores miedos, mostrando a inmigrantes quemando casas y vehículos en Francia y diciendo “esto puede pasar aquí”, si eso de inmediato será sintonizado, llamará la atención, tendrá “raiting”? Es un problema complejo, ya dijimos. “Vendo droga porque la gente la consume, es lo que ella quiere”, nos dirá cualquier traficante, si le dejamos hablar libremente.
Lo que sí podemos hacer
En cualquier caso, habrá de continuarse la lucha en dos frentes. Uno el de la conciencia y la cultura, para instalar más fuerte aún el necesario concepto de responsabilidad social de los medios. Ellos afectan crecientemente a la opinión pública. No vale engañarse después, diciendo que no es así, que sólo entregan lo que “la gente quiere”, para evadir esta realidad del poder objetivo de los medios. La cultura y la normativa de no discriminación, por ejemplo, avanza y ello ha de continuar, pues es una necesidad imprescindible para cualquier sociedad democrática, moderna y desarrollada. Sin embargo, hay algo que cada uno de nosotros, sí puede hacer individual y colectivamente, que sólo requiere de un esfuerzo de responsabilidad propio y de nadie más. Esto es, establecernos, nosotros mismos, una suerte de “código” de conducta frente al tratamiento de los medios de comunicación sobre inmigración. Y esto vale para las autoridades de Estado, los representantes de organismos internacionales y civiles, y de la sociedad civil, en general, involucrados en la inmigración.
Podemos –y creo que debemos- dejar de ser sujetos pasivos de los medios, los cuales acuden a nosotros por “información” sobre la inmigración, pero la cual luego recortan y emiten a su criterio, haciéndonos, contra nuestra intención, aparecer avalando sus tratamientos xenófobos, discriminadores y alarmistas. Como ya se dijo, no es viable ni sano tratar de impedir el uso de su propio criterio por parte de los medios, pero no es responsable de nuestra parte, participar así, buenamente, de esta irresponsabilidad. Podemos y debemos establecer condiciones explícitas para nuestra relación con ellos. Advertir de antemano, en cada caso, que no toleraremos aparecer en un programa de TV, un reportaje de prensa, etc. emitido públicamente, que no hayamos revisado y aprobado primero, o que caiga en esos tratamientos irresponsables, dañinos, e insolidarios con los inmigrantes. De lo contrario, nunca más, nos prestaremos a colaborar con el periodista o programa responsable de un incumplimiento de estos términos. Y debemos ser inflexibles en ello. Por supuesto, esto implica hacernos cargo de nuestra parte, hacernos actores de la lucha por la no discriminación en los medios. Es más incomodo y menos fácil que simplemente limitarnos a culpar al medio por manipular nuestra entrevista. Pero de eso se trata, justamente, la responsabilidad, de “responder”, yo, a conciencia, por las consecuencias sociales de lo que hago o dejo de hacer. Seguidamente, requiere luchar con nuestra natural vanidad y ego, que, dada nuestra cultura, nos puede volver irresistible, o hacer muy difícil, negarnos a parecer en televisión o prensa como “conocedores” del tema de la inmigración, sin importar nada más. Por eso es también un problema de conciencia, de esforzarnos sinceramente por crecer más allá de las apariencias y limitar nuestro ego y vanidad sólo a aquellos casos donde la aparición pública contribuye a la integración y la interculturalidad, nunca, aunque sea contra nuestra intención, para reforzar la discriminación, el rechazo, el alarmismo “amarillo”.
Ello implica, además, el aprovechar toda oportunidad en que los periodistas y miembros de medios de comunicación se nos acercan buscando entrevistas, para hacerlos reflexionar juntos, crecer juntos en conciencia y responsabilidad social, debatiendo estas implicaciones de su trabajo. Haciéndoles ver que es posible, que ha de ser posible construir un tratamiento que, sin dejar de ser atractivo, de tener “raiting”, debe ser responsable socialmente. Es un desafío de imaginación y creación, pero lleno de oportunidades. Y, sobre todo, que nos abre a la posibilidad de ser solidarios con los inmigrantes, que no son ni mejores ni peores que nosotros, tan humanos como nosotros y cuando somos irresponsables e inconcientes con ellos, lo somos con nosotros mismos, con nuestra sociedad, la que heredaremos a nuestros niños.
Esto, que es perfectamente posible de hacer, es además totalmente legítimo y, sobre todo, urgentemente necesario. Sólo depende de cada uno de nosotros, contribuye a construir una sociedad sana y nos hace más humanos.
URL : www.alliance21.org/2003/article2459.html
FECHA DE PUBLICACIÓN: 19 de febrero de 2007