Varios
artículos redactados después del Foro de Porto Alegre
2003 ya están disponibles. Deseamos con esto ilustrar la diversidad
de las contribuciones de los aliados en este evento.
También
están a su disposición las notas de presentación
de las cuatro mesas de diálogo y controversia, que fueron una
de las innovaciones de esta última edición del FSM.
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Desencuentros
y tensiones entre movimientos sociales, partidos e instituciones
políticas:
¿cómo conquistar la democracia participativa?
Nota de presentación de la problemática
La vitalidad de los movimientos sociales y
la emergencia de una sociedad civil de dimensiones planetarias ensanchan
el campo de la política y de la participación democrática
En las últimas décadas, en respuesta
a los desafíos y vicisitudes del proceso de globalización
económicofinanciera bajo el mando de las políticas
neoliberales, o bien para influir en las grandes conferencias organizadas
por las Naciones Unidas o para asumir tareas de carácter
más universal – como la defensa de los derechos humanos,
la protección del patrimonio común ambiental, la igualdad
en la diversidad étnica y de género-, fueron constituyéndose
nuevos y poderosos movimientos sociales. Formando alianzas y coaliciones
en redes, los movimientos no respetan fronteras ni barreras estatales
de índole nacional. De lo local a lo mundial, de lo internacional
a lo nacional, se articulan actores sociales y se forjan nuevas
agendas políticas. En sí mismo, esto ya constituye
un enorme desafío para la democracia y el ideal de la democratización
de todas las relaciones humanas. En términos de democracia
participativa, ¿cuáles son las potencialidades y los
límites de este proceso histórico? ¿Qué
lugar ocupan la autonomía y la soberanía de los pueblos
frente a una sociedad civil que tiende a ser planetaria y que no
legitima el poder estatal-nacional ni la diplomacia del más
fuerte en el ámbito internacional?
En términos prácticos, asistimos
a una ampliación del espacio público y a una “desestatización”
de la política. En el proceso, surgen nuevos actores sociales
y se definen nuevos derechos. Hasta la noción política
de ciudadanía tiende a referirse menos al Estado y más
a los derechos universales, dentro de una conciencia ética
de humanidad con gran diversidad y de un patrimonio natural común
a todos los seres humanos. Este hecho genera tensiones dentro de
las mismas sociedades civiles, particularmente en la relación
entre los movimientos populares tradicionales, como el movimiento
sindical y campesino, y los nuevos movimientos feministas, ambientalistas,
de derechos humanos, etc. ¿Qué impacto tienen estos
cambios en la cultura política democrática, en las
formas de organización y participación ciudadana y
en la capacidad de incidencia de la ciudadanía en las políticas
públicas? El Foro Social Mundial constituye una gran caja
de resonancia de esta diversidad, con sus encuentros y desencuentros
y sus desafíos para una democracia participativa.
La necesaria y difícil reinvención
de los partidos políticos para el avance democrático
La crisis del sistema partidario se hace visible
en todas partes y se torna aún más patente frente
a la vitalidad de los movimientos y de la sociedad civil, mientras
que la desconfianza en los partidos y en los políticos profesionales
parece decrecer de manera proporcional al crecimiento de los movimientos
sociales. La situación brasilera con el PT tal vez sea una
gran excepción. ¿Y esto qué revela? ¿Qué
riesgos presenta? El impasse frente a las crisis, como la Argentina,
¿no se relaciona con este “vacío” que
la crisis de los partidos provoca en la construcción de alternativas
históricas viables? Los partidos políticos, dentro
de las democracias, son, por definición, aparatos de expresión
y dirección política general de las fuerzas y coaliciones
de fuerzas sociales y, al mismo tiempo, aparatos de conquista y
ejercicio del poder en la sociedad. ¿Su modelo organizativo
está desfasado?¿Es esto los que los vuelve incapaces
de sintonizar con los grandes movimientos de la sociedad civil?
¿O bien constituyen más una expresión del Estado
y la lógica del poder que de los deseos y demandas de la
sociedad (tal como su carácter representativo presupone)?
En este sentido, ¿el problema está en los partidos
o en la forma misma de la democracia?
Sin duda alguna, nos encontramos frente a un desafío
histórico importante, resultante de la nueva tensión
entre democracia directa y democracia representativa. La vitalidad
de los movimientos sociales está cuestionando el monopolio
de los partidos en la gran política. Pero hay que reconocer
que los partidos mismos se están mostrando incapaces frente
a la realidad y sus procesos contradictorios y frente a una ciudadanía
más universalizada. La democracia participativa exige fuertes
movimientos. Sin embargo, en sí mismos, los movimientos no
resuelven la ecuación del poder con legitimidad en la sociedad,
lo cual significa una imposibilidad de universalizar derechos. Al
mismo tiempo, la democratización de las prácticas
de los propios movimientos sociales y ONGs también aparece
como una cuestión urgente. Así pues, una democracia
no es sustentable si no crea poderosos movimientos y, al mismo tiempo,
formas consistentes de representación partidaria que traduzcan
totalmente lo que, de otra manera, puede no ir más allá
de una demanda corporativa específica de un movimiento. ¿Qué
hacer para reinventar los partidos?
¿Qué institucionalidad requiere
la democracia participativa?
Más allá de los partidos y sus dilemas,
corremos actualmente grandes riesgos en términos de institucionalidad
democrática. El principio neoliberal, que impone el predominio
del libre mercado por encima de todos los derechos, con desregulación
y flexibilización de principios constitucionales, derechos
laborales y políticas sociales, creó un importante
desorden institucional en la mayor parte de los países. Además,
los aparatos estatales, tanto el ejecutivo como los legislativos
y judiciales, se burocratizaron y distanciaron o, en otras palabras,
se deshumanizaron. Nunca está de más recordar lo que
cuestan las conquistas institucionales en términos de energía
de los movimientos y de lucha democrática. Pero destruir
es fácil. En las últimas décadas de hegemonía
neoliberal, la distancia entre sociedad civil e institucionalidad
se acrecentó peligrosamente. Los movimientos sociales y la
sociedad civil en su expresión planetaria fueron constituyéndose
aparte, sin que su pujanza se viera reflejada, a no ser en contadas
situaciones, en una institucionalidad renovada, más democrática
y democratizadora. Como resultado, la institucionalidad existente,
y junto a ella la idea misma de democracia, terminan siendo cuestionadas.
El peligro político de esta situación
es evidente y hay un enorme déficit de reflexión política
estratégica al respecto. Una cosa es cierta: mas vale una
institucionalidad democrática precaria que ninguna forma
de institucionalidad. Pero, ¿cómo invertir la ola
de descrédito actual en la democracia misma, tanto en el
imaginario social como en las prácticas políticas?
El hecho de fortalecer la institucionalidad democrática no
garantiza por sí mismo la democracia. Esta se constituye
por presión social. ¿Cómo canalizar los movimientos
y fuerzas vivas de la sociedad para que haya una renovación
democrática? Y por último, ¿puede o no la democracia
participativa ser la forma radical de construir cambios sustentables? |