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Actualidades > 2002, Febrero : Después Porto Alegre ... Mesa de diálogo y controversia
Varios artículos redactados después del Foro de Porto Alegre 2003 ya están disponibles. Deseamos con esto ilustrar la diversidad de las contribuciones de los aliados en este evento.

La economía solidaria se vuelve un tema primordial para la sociedad civil internacional - El Polo de Socioeconomía Solidaria (PSES)
Philippe Amouroux y Françoise Wautiez

« Mapeadores » en el FSM
La experiencia de una valorización cartográfica de debates

Véronique Rioufol, con la contribución de los « mapeadores »

El reencantamiento del Foro Social Mundial
Las redes de los Artistas en Alianza

Hamilton Faria

Propuestas sobre el futuro de la Alianza
Informe de la reunión de los aliados en Porto Alegre

Marti Olivella y Laia Botey



También están a su disposición las notas de presentación de las cuatro mesas de diálogo y controversia, que fueron una de las innovaciones de esta última edición del FSM.

1.¿Qué tipo de globalización y cómo debe gobernarse el mundo?

2.Estamos frente a una gran crisis económicofinanciera: ¿en qué consiste esta crisis? ¿Qué alternativas existen?

3.Desencuentros y tensiones entre movimientos sociales, partidos e instituciones políticas: ¿cómo conquistar la democracia participativa?

4.En oposición a las guerras del siglo XXI, ¿cómo construir la paz entre los pueblos?

 

 

Desencuentros y tensiones entre movimientos sociales, partidos e instituciones políticas:
¿cómo conquistar la democracia participativa?

Nota de presentación de la problemática

La vitalidad de los movimientos sociales y la emergencia de una sociedad civil de dimensiones planetarias ensanchan el campo de la política y de la participación democrática

En las últimas décadas, en respuesta a los desafíos y vicisitudes del proceso de globalización económicofinanciera bajo el mando de las políticas neoliberales, o bien para influir en las grandes conferencias organizadas por las Naciones Unidas o para asumir tareas de carácter más universal – como la defensa de los derechos humanos, la protección del patrimonio común ambiental, la igualdad en la diversidad étnica y de género-, fueron constituyéndose nuevos y poderosos movimientos sociales. Formando alianzas y coaliciones en redes, los movimientos no respetan fronteras ni barreras estatales de índole nacional. De lo local a lo mundial, de lo internacional a lo nacional, se articulan actores sociales y se forjan nuevas agendas políticas. En sí mismo, esto ya constituye un enorme desafío para la democracia y el ideal de la democratización de todas las relaciones humanas. En términos de democracia participativa, ¿cuáles son las potencialidades y los límites de este proceso histórico? ¿Qué lugar ocupan la autonomía y la soberanía de los pueblos frente a una sociedad civil que tiende a ser planetaria y que no legitima el poder estatal-nacional ni la diplomacia del más fuerte en el ámbito internacional?

En términos prácticos, asistimos a una ampliación del espacio público y a una “desestatización” de la política. En el proceso, surgen nuevos actores sociales y se definen nuevos derechos. Hasta la noción política de ciudadanía tiende a referirse menos al Estado y más a los derechos universales, dentro de una conciencia ética de humanidad con gran diversidad y de un patrimonio natural común a todos los seres humanos. Este hecho genera tensiones dentro de las mismas sociedades civiles, particularmente en la relación entre los movimientos populares tradicionales, como el movimiento sindical y campesino, y los nuevos movimientos feministas, ambientalistas, de derechos humanos, etc. ¿Qué impacto tienen estos cambios en la cultura política democrática, en las formas de organización y participación ciudadana y en la capacidad de incidencia de la ciudadanía en las políticas públicas? El Foro Social Mundial constituye una gran caja de resonancia de esta diversidad, con sus encuentros y desencuentros y sus desafíos para una democracia participativa.

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La necesaria y difícil reinvención de los partidos políticos para el avance democrático

La crisis del sistema partidario se hace visible en todas partes y se torna aún más patente frente a la vitalidad de los movimientos y de la sociedad civil, mientras que la desconfianza en los partidos y en los políticos profesionales parece decrecer de manera proporcional al crecimiento de los movimientos sociales. La situación brasilera con el PT tal vez sea una gran excepción. ¿Y esto qué revela? ¿Qué riesgos presenta? El impasse frente a las crisis, como la Argentina, ¿no se relaciona con este “vacío” que la crisis de los partidos provoca en la construcción de alternativas históricas viables? Los partidos políticos, dentro de las democracias, son, por definición, aparatos de expresión y dirección política general de las fuerzas y coaliciones de fuerzas sociales y, al mismo tiempo, aparatos de conquista y ejercicio del poder en la sociedad. ¿Su modelo organizativo está desfasado?¿Es esto los que los vuelve incapaces de sintonizar con los grandes movimientos de la sociedad civil? ¿O bien constituyen más una expresión del Estado y la lógica del poder que de los deseos y demandas de la sociedad (tal como su carácter representativo presupone)? En este sentido, ¿el problema está en los partidos o en la forma misma de la democracia?

Sin duda alguna, nos encontramos frente a un desafío histórico importante, resultante de la nueva tensión entre democracia directa y democracia representativa. La vitalidad de los movimientos sociales está cuestionando el monopolio de los partidos en la gran política. Pero hay que reconocer que los partidos mismos se están mostrando incapaces frente a la realidad y sus procesos contradictorios y frente a una ciudadanía más universalizada. La democracia participativa exige fuertes movimientos. Sin embargo, en sí mismos, los movimientos no resuelven la ecuación del poder con legitimidad en la sociedad, lo cual significa una imposibilidad de universalizar derechos. Al mismo tiempo, la democratización de las prácticas de los propios movimientos sociales y ONGs también aparece como una cuestión urgente. Así pues, una democracia no es sustentable si no crea poderosos movimientos y, al mismo tiempo, formas consistentes de representación partidaria que traduzcan totalmente lo que, de otra manera, puede no ir más allá de una demanda corporativa específica de un movimiento. ¿Qué hacer para reinventar los partidos?

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¿Qué institucionalidad requiere la democracia participativa?

Más allá de los partidos y sus dilemas, corremos actualmente grandes riesgos en términos de institucionalidad democrática. El principio neoliberal, que impone el predominio del libre mercado por encima de todos los derechos, con desregulación y flexibilización de principios constitucionales, derechos laborales y políticas sociales, creó un importante desorden institucional en la mayor parte de los países. Además, los aparatos estatales, tanto el ejecutivo como los legislativos y judiciales, se burocratizaron y distanciaron o, en otras palabras, se deshumanizaron. Nunca está de más recordar lo que cuestan las conquistas institucionales en términos de energía de los movimientos y de lucha democrática. Pero destruir es fácil. En las últimas décadas de hegemonía neoliberal, la distancia entre sociedad civil e institucionalidad se acrecentó peligrosamente. Los movimientos sociales y la sociedad civil en su expresión planetaria fueron constituyéndose aparte, sin que su pujanza se viera reflejada, a no ser en contadas situaciones, en una institucionalidad renovada, más democrática y democratizadora. Como resultado, la institucionalidad existente, y junto a ella la idea misma de democracia, terminan siendo cuestionadas.

El peligro político de esta situación es evidente y hay un enorme déficit de reflexión política estratégica al respecto. Una cosa es cierta: mas vale una institucionalidad democrática precaria que ninguna forma de institucionalidad. Pero, ¿cómo invertir la ola de descrédito actual en la democracia misma, tanto en el imaginario social como en las prácticas políticas? El hecho de fortalecer la institucionalidad democrática no garantiza por sí mismo la democracia. Esta se constituye por presión social. ¿Cómo canalizar los movimientos y fuerzas vivas de la sociedad para que haya una renovación democrática? Y por último, ¿puede o no la democracia participativa ser la forma radical de construir cambios sustentables?

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