Un desarrollo sustentable integral supone el cuestionamiento de dos conceptos:
1) la supuesta ley de "auto-regulación del mercado";
2) la noción de "insaciabilidad humana" como base de la noción de "necesidades". Una cultura durable debe poner la riqueza del ser antes que la riqueza del tener. Hay que entender esta riqueza en todas sus dimensiones: cultural (no existe modelo durable único, pero modulado en función de las diferencias producidas por la historia y la geografía), política (la durabilidad nos conduce a un debate democrático sobre el tipo de sociedad deseado), económico (no confundir simple crecimiento y verdadero desarrollo), socialmente justo, ecológicamente viable. Este desarrollo posee también una dimensión moral esencial: la justicia con respecto a las generaciones futuras.
La transición al desarrollo durable implica por consiguiente una serie de cambios en todos los campos. Estratégicamente, se deben privilegiar dos dimensiones: la de la gobernanza, en particular la gobernanza mundial, la de la información y de la educación, que tiene como objeto fomentar una valorización del ser en detrimento de una valorización del tener.
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