1. La necesidad de una estrategia de conjunto.
Frente a las tres crisis a las que está confrontada la humanidad, surgen numerosas reacciones positivas: desde la acción puntual ejemplar, en los pueblos o ciudades, hasta los recientes convenios internacionales, desde las cartas o contabilidades medio ambientales de ciertas empresas hasta las políticas energéticas de ciertos países, desde la toma de conciencia de los consumidores al nacimiento de agriculturas ecológicas.
Pero estos avances parecen todavía muy limitados y dispersos con respecto a las dinámicas capitales que arrastran a nuestro mundo. Lo que predomina actualmente es un profundo sentimiento de impotencia. Cada sociedad, por separado, parece paralizada ante la magnitud de las transformaciones que llevar a cabo. Cada cual, individuo, empresa o estado, sabe que hay que actuar, pero se resigna a no hacer nada, esperando que empiecen los demás o que se tomen decisiones...en otra parte. Ciencia, técnica, mercado se convierten en los nuevos nombres del destino. Al evolucionar demasiado lentamente, las ideologías y las instituciones se muestran a menudo mal adaptadas para enfrentarse a las urgencias y a los desafíos del período.
No debemos ser tímidos. Tenemos un deber de audacia. Debemos trazar, entre los diferentes futuros posibles y basándonos en nuestros valores comunes, el boceto de un futuro deseable; después, concebir un conjunto coherente de acciones que respondan a las urgencias de hoy y que estén al nivel de los desafíos del mañana. Las tres crisis son inseparables y las respuestas que aportar también lo son.
No creemos en la posibilidad de conseguir un desarrollo "sustentable" que respete los grandes equilibrios ecológicos pero a costa de la exclusión de buena parte de la humanidad. Desconfiamos de las tentativas para resolver los problemas a través de una huida hacia adelante tecnológica o a través de limitaciones impuestas por los más poderosos y padecidas por la masa de los otros. Estamos convencidos de que las acciones que hay que emprender deben tender tanto a construir relaciones equilibradas entre los hombres y sus entornos, con toda su complejidad y diversidad, como a construir relaciones equilibradas entre los hombres y las sociedades. No se trata de establecer una jerarquía de gravedad entre las tres crisis, sino de encontrar unas formas de acción que contribuyan simultáneamente a su solución. Esta convergencia debe constituir, junto con la puesta en práctica de los siete principios ya enunciados, la guía principal para establecer una estrategia de acción. Es realmente un mundo responsable y solidario lo que queremos construir.
Para lograrlo, no podremos prescindir de una movilización excepcional de medios y voluntades. Esto es posible. El mundo occidental salió de la gran crisis de 1930 a través de una movilización inaudita de medios para la preparación y, tras ella, para llevar a cabo la segunda guerra mundial. Proponemos, en este fin de siglo, movilizar medios equivalentes para luchar contra todas las formas de pobreza y de exclusión y para establecer tecnologías y formas de producción respetuosas para con nuestros entornos de vida.
El veinte por ciento de los hombres disponen hoy de más del ochenta por ciento de las riquezas. Ciertas familias reciben como ingresos monetarios el equivalente de los recursos de cientos de miles, quizás de millones, de familias desprovistas de medios de subsistencia. Las personas y países poseedores de grandes riquezas deberán, pues, soportar gran parte del esfuerzo.
Claramente aceptado, este esfuerzo de solidaridad constituirá la condición política que permita la adopción, por todos los países, de objetivos comunes y de una estrategia coherente. Será la expresión concreta del reconocimiento de la unidad de la comunidad humana. Además, puede constituir una etapa importante en la implantación de nuevos mecanismos de solidaridad y de redistribución, similares a aquellos que las sociedades han sabido a veces inventar en el pasado, siendo cada vez más necesaria, a nivel mundial, por la multiplicación de los lazos entre las sociedades y los hombres del mundo entero.
La estrategia de acción , por último, para que esté a la altura de sus ambiciones, debe ser tan coherente, tan compleja como lo es la actual forma de desarrollo: necesitará organizaciones, dirigentes, formas de regulación, tecnologías adaptadas a las finalidades buscadas; se construirá a largo plazo y a costa de una determinación sin fisuras.
2. La unidad y diversidad de las prioridades.
Las tres crisis son mundiales y engendran a escala mundial prioridades comunes para la acción: la rehabilitación de valores comunes, la reducción de las desigualdades entre las personas y entre las sociedades, la salvaguardia y la restauración de las fuentes esenciales de vida, la construcción de nuevas relaciones entre los hombres y sus ecosistemas, el freno al despilfarro energético y alimenticio. Pero las prioridades comunes se traducirán más que por medidas uniformes, decididas a nivel mundial, por iniciativas coordinadas, adaptadas a la infinita diversidad de contextos.
Por añadidura, hay prioridades particulares que surgen en cada región del mundo. Los países más ricos están principalmente confrontados a nuevas formas de exclusión y a la necesidad de reconsiderar en profundidad su modo de vida; los países del antiguo conjunto soviético deben enfrentarse a un desempleo de grandes dimensiones, a la conversión de un sistema de producción ineficaz, a las amenazas que representan las instalaciones nucleares militares y civiles y al deterioro de su medio ambiente; los nuevos países industrializados se destacan a menudo por una explotación desenfrenada de los hombres y los entornos; los países más pobres tienen dificultades para controlar el crecimiento de la población, contener la extrema pobreza, salvaguardar las aguas y los suelos, desarrollar medios científicos y tecnológicos realmente enraizados en sus culturas y adaptados a sus situaciones; para el conjunto de países áridos, el agua y la conservación de la cobertura vegetal y de los suelos se convierten en urgencias vitales, etc...
Las prioridades que pueden destacarse a nivel del planeta (salvaguardia de los océanos, protección de la capa de ozono, limitación de las emisiones de gas que producen efecto de invernadero...) no pueden ser concebidas ni aceptadas de la misma manera según las situaciones, sobre todo si parecen impuestas a los más débiles por los más fuertes.
La necesidad de traducir localmente las prioridades comunes y de que se tomen en cuenta las prioridades particulares obligan a reconocer permanentemente la unidad y la diversidad del mundo. Impiden concebir estrategias monolíticas, impuestas "desde arriba". Necesitamos concebir una estrategia plural, que organice las convergencias.
3. La articulación de los niveles de acción.
Frente a los principales desafíos del período, hay que actuar a todos los niveles.
A nivel de los individuos, ciudadanos y consumidores, la educación, la información, la toma de conciencia, la afirmación de la dimensión ética deben contribuir a hacer evolucionar los sistemas de valores y los comportamientos, con efectos tanto en el plano local como en los planos regional y mundial.
A nivel de las empresas, de las municipalidades, de las colectividades territoriales, se encuentran confrontadas a grandes retos, lo que incumbe a la vez a sus dirigentes, ejecutivos y asalariados, pero también a sus clientes (para las primeras) y a sus administrados (para las segundas), así como a las normas, reglamentaciones y legislaciones en cuyo marco se manifiestan. Las pequeñas comunidades humanas, las aldeas, la tierra, las cuencas hidrográficas, las ciudades, las unidades geológicas, climáticas, hidrológicas e históricas que han desempeñado un papel tan importante en la historia antigua, están destinadas a ver ese papel completamente renovado. Efectivamente, sólo a esta escala puede ser tomada en cuenta la diversidad de las situaciones y de los contextos culturales, sociales y ecológicos. Sólo a esa escala también pueden ser democráticamente concebidos, debatidos y puestos en marcha unos enfoques integrados que reconcilien a los hombres con sus ecosistemas.
Los Estados-Naciones constituyeron durante los siglos pasados el principal nivel en el que se inventaron las regulaciones, se establecieron las solidaridades. En una época en la que los intercambios sociales y económicos se organizaban, esencialmente, dentro de su marco y en la que los daños causados a los entornos naturales se limitaban a sus fronteras, fueron concebidos a escala de los Estados-Naciones los equilibrios sociales y ecológicos, los modelos de desarrollo adaptados al ingenio de cada pueblo, las modalidades de control democrático, los sistemas se normalización, de legislación y de control. Este papel preponderante de los Estados está en gran parte puesto en tela de juicio: desde arriba, por la mundialización de los intercambios, de la información, de los desequilibrios ecológicos; desde abajo, por el crecimiento de las aspiraciones a una mayor autonomía. La idea de plena soberanía, al igual que la del hermetismo de las fronteras, se ha vuelto un engaño. Este doble movimiento de desmantelamiento de los Estados es irreversible. Sin embargo, cada Estado-Nación seguirá siendo durante mucho tiempo una institución decisiva para el debate político, para la elaboración de las decisiones importantes, para el desarrollo de las solidaridades, para la legislación, la tasación y el control. Simplemente, deberá aceptar ser sólo un nivel, ciertamente eminente, pero conectado con los demás, en la gestión de un mundo solidario y responsable; y sus estrategias deberán aceptar participar en dinámicas más amplias.
Hay un nivel que debería desempeñar un papel cada vez mayor en el próximo siglo: es el nivel regional. Los Estados-Naciones son demasiado numerosos, demasiado dispares, demasiado desiguales como para poder dialogar eficazmente a nivel mundial y de igual a igual y como para elaborar juntos las ambiciosas estrategias que requieren los desafíos a los que hay que enfrentarse. Se han llevado a cabo numerosas iniciativas de organización regional, y se percibe claramente que comienza a dibujarse la posibilidad de una organización del mundo, probablemente con una geometría variable según los ámbitos, pero a través de la cual sobresalen de ocho a diez grandes regiones. Estas regiones podrían desempeñar, en el siglo XXI, un papel análogo en la organización de sus mercados internos y en su apertura a los mercados externos al que desempeñó el Estado-Nación en los últimos cinco siglos. Desde un punto de vista más amplio, dichas regiones parecen constituir un nivel particularmente adaptado para la regularización de las relaciones tanto entre los seres humanos y la naturaleza como entre los seres humanos entre ellos. Desde la perspectiva de una gestión del planeta que no esté dominada por el(o los) país(es) más fuerte(s), ni entregada a una gestión hecha por expertos, un colegio que represente a las grandes regiones del mundo debería desempeñar un papel cada vez más importante. Estas regiones estarán también sin duda destinadas a jugar un papel esencial en el ámbito de la seguridad. Una de las condiciones de la reducción de los armamentos es de garantizar la seguridad de las naciones y de los pueblos. En los acuerdos entre Estados y la intervención de una institución mundial, unas instituciones y actuaciones regionales deberían desempeñar, una vez más, un papel esencial.
Por último, el nivel mundial va a volverse necesariamente decisivo en las próximas décadas, ya se trate de normas, de derecho y de reglamentación, de tasación, de control, de lanzamiento de grandes iniciativas como de coordinación de grandes acciones plurinacionales. Para lograrlo se necesitará, en primer lugar, que una autoridad mundial sepa alcanzar la legitimidad necesaria, demuestre su intención de imponer reglas comunes incluso a los actores económicos y políticos más poderosos. Se necesitará también que pueda ser establecido un dispositivo institucional que garantice la indispensable separación de poderes, sobre todo entre lo que vaya a asumir la función legislativa, ejecutiva y judicial. A continuación habrá que superar la compartimentación de las negociaciones: unir, por ejemplo, las negociaciones sobre el comercio con un acuerdo sobre la protección del medio ambiente. Por último, la comunidad internacional deberá apoyar el surgimiento de redes mundiales que puedan mantenerse como contrapoderes útiles, medios de vigilancia y fuerzas de proposición movilizables para una estrategia de conjunto.
Desde el individuo al mundo no escapamos, como se ve, a la articulación de las responsabilidades y de las competencias a diferentes escalas. Habrá que innovar profundamente para evitar la acumulación de burocracias y la confusión de competencias, tan propicias a la irresponsabilidad generalizada. Debe darse claramente la prioridad a la iniciativa local y a la gestión local, puesto que son las únicas capaces de dar vida a los lazos entre las sociedades y sus medios de vida. Es el principio de subsidiaridad. Pero esta subsidiaridad no significa que cada colectividad sea libre de hacer lo que quiera en su territorio. La colectividad no es propietaria sino administradora. Tiene la obligación de poner en práctica los principios de salvaguardia, de responsabilidad, de prudencia, de moderación. Puede escoger libremente sus medios pero dentro de las finalidades y de la coherencia discutidas y enunciadas a otro nivel. Y para marcar este deber de articulación preferimos hablar de subsidiaridad activa. Este principio se aplica de una persona a otra, del mundo entero a la comunidad de base. Desde los individuos al planeta, las comunidades humanas están ligadas entre sí por contratos en los que se equilibran sus derechos y sus deberes, tanto con respecto a sus administrados como con respecto al planeta y a las generaciones futuras.
4. Los elementos de una puesta en acción.
Contribuir a que la humanidad contemporánea mida el alcance de su responsabilidad, y lo asuma; que la humanidad, a través de sus pueblos, sus naciones, sus culturas, a través de sus élites y sus dirigentes, sus instituciones y sus múltiples actores, sea consciente de sus nuevas responsabilidades, para consigo misma, para con los más desfavorecidos y los mas débiles, para con la tierra y lo vivo, para con las generaciones futuras y que se obligue a asumirlas: ese es el desafío.
Pero nuestras sociedades, arrastradas por el torbellino de las urgencias y en gran parte desmotivadas por el estancamiento de los grandes mesianismos del siglo XX, parecen renunciar a proyectarse en el futuro. Cada vez más complejas, les cuesta concebir la dirección de su propio cambio. Con mayor motivo, no están preparadas para hacerse cargo del devenir del mundo.
Es esencial, por lo tanto, concebir y hacer visible un proceso coherente de cambio. Decir cómo ponerse en marcha es actualmente más importante aún que decir adónde ir.
Este proceso debe desarrollarse de una forma multidimensional, desde el cambio de comportamiento de los ciudadanos y consumidores y las acciones colectivas locales, hasta las decisiones tomadas a escala planetaria.
Este proceso de cambio colectivo podría conllevar los siguientes elementos:
el cambio progresivo de las representaciones: en gran parte, el mundo cambia en nuestras mentalidades antes de cambiar sobre el terreno. La educación, en este punto, es un estímulo de acción decisivo y las transformaciones que llevar a cabo son inmensas. Hay que ayudar al nacimiento de un nuevo humanismo, con un componente ético esencial y en el que se haga un lugar primordial al conocimiento y al respeto de las culturas y de los valores espirituales de las diferentes civilizaciones, contrapesos del tecnicismo y del economismo de la modernidad occidental. Las enseñanzas escolares, por su parte, deben otorgar todo el lugar posible a una reflexión sobre los valores para tenerlos en cuenta en la acción, deben otorgar todo el lugar posible a un enfoque crítico de la ciencia y de las técnicas, al aprendizaje de maneras de actuar sistémicas más que analíticas, cooperativas más que competitivas. No se trata de añadir uno o dos módulos a unos programas ya sobrecargados, menos aún de concebir una iniciación a la ecología uniforme de un país a otro sino de reorganizar en todas partes las enseñanzas en torno a una visión de conjunto de las relaciones y de los intercambios de los hombres entre sí y con la naturaleza, insistiendo en la diversidad de la correlación hombres-entornos. Al mismo tiempo que se pondrían en práctica en los sistemas de enseñanza, tales formaciones deberían ser ofrecidas a los ciudadanos que lo desearan y sobre todo a los formadores y docentes, periodistas, técnicos, ingenieros, personas decisorias.
la construcción de un imaginario colectivo: solo una visión común del futuro, con etapas, es capaz de imantar las energías, de federar los esfuerzos, de incorporar el largo plazo a las decisiones presentes. Sólo lo imaginario colectivo construido en común será capaz de crear las sinergias necesarias que permitan escapar a la presión de las coacciones, sobrepasar los intereses inmediatos, superar los obstáculos, utilizar cada desafío como una oportunidad para volver a salir adelante e innovar.
la dirección frontal de las innovaciones: una innovación nunca va sola; implica a otras tanto hacia arriba como hacia abajo. Una innovación que se limita a un sólo ámbito está condenada al fracaso. Sólo en un proceso de conjunto pueden darse las innovaciones técnicas, las innovaciones sociales, el cambio de las mentalidades, de los comportamientos y de las instituciones. Así pues, durante las próximas décadas, una acción coordinada va a tener que ser impulsada por los Estados, empresas, organizaciones campesinas, sindicatos, movimientos de consumidores...
el desarrollo y la federación de redes de intercambios de experiencias: las innovaciones socio-técnicas siempre nacen localmente: en una empresa, una ciudad, un pueblo, una tierra u otra comunidad. Siempre están enraizadas, ligadas a un contexto particular. Pero es necesario también que se difundan, que sean asimiladas y transformadas por otras personas. Para ello se necesitan redes. Ahora bien, la mayoría de las redes actuales son locales o están especializadas mientras que muchos de los desafíos actuales son planetarios. Hay que desarrollar entonces las redes existentes, promover otras nuevas, ayudarlas a conectarse de manera flexible, a federarse. Se podrán ganar así años, quizás décadas para la difusión de innovaciones que puedan contribuir a responder a tal o tal aspecto de las tres crisis a las que estamos confrontados.
Coherencia de la estrategia y de los instrumentos para su aplicación, vínculo entre las soluciones que hay que aportar a las tres crisis, necesidad de conciliar la traducción local de las prioridades planetarias comunes con el enunciado y la atención a las prioridades propias de cada región del mundo, articulación de los diferentes niveles de acción y de los diferentes ingredientes de puesta en acción: vemos cómo se van dibujando progresivamente las características de la estrategia que hay que inventar colectivamente. Está claro que esta estrategia es multisectorial, que implica cambios coordinados de las mentalidades, de la educación, de las instituciones, de las tecnologías, de las normas, del derecho, de la fiscalidad, de las relaciones internacionales...
5. Programas movilizadores.
La humanidad se encuentra confrontada, en este fin de siglo XX, a desafíos concretos, urgentes, planetarios. Ponerlos de relieve debería permitir movilizar las energías en torno a algunos grandes programas. Estos programas no bastarían, ni mucho menos, para organizar la vasta mutación de las sociedades necesaria para el próximo siglo, pero serían una muestra concreta de una auténtica puesta en acción, demostrando que es posible enfrentarse simultáneamente a las tres crisis, promoviendo oportunidades de trabajo, materializando a través de una obra común la conciencia de pertenecer todos a la misma comunidad humana, mejorando las condiciones de vida de las poblaciones más desfavorecidas, restaurando un mejor equilibrio entre los hombres y su medio.
Cinco programas movilizadores nos parece que responden adecuadamente a esta definición. Se refieren al agua, la energía, los suelos, la rehabilitación de regiones profundamente degradadas, la conversión de las industrias de armamento.
El agua: una persona de cada tres padece hoy la falta de agua. Se espera que, en menos de veinte años, la escasez, en continentes como Africa, sea dramática. El noventa por ciento de las enfermedades prioritarias del tercer mundo se deben a la mala calidad del agua. Los conflictos entre los países por el control de este recurso escaso van a hacerse cada vez más frecuentes y graves, ya que las cuencas hidrográficas ignoran las fronteras. Si la gestión del agua es frecuentemente causa de conflicto, también contribuye, con la misma frecuencia, a cimentar comunidades. Como concierne a la ciudad y al campo, a la salud, a la agricultura, a la energía, a la alimentación, como necesita enfoques integrados a diferentes escalas, desde la más pequeña a la más grande, un programa movilizador en favor del agua es capaz de utilizar un amplio abanico de técnicas y de crear gran cantidad de empleos; un programa como éste implica el aprendizaje de la subsidiaridad activa privilegiando las iniciativas locales y situándolas en una visión de conjunto y contribuye al mismo tiempo a mejorar la vida, al desarrollo de la actividad y a la búsqueda de mejores equilibrios entre los hombres y sus entornos.
La energía: el programa debe conllevar dos aspectos: los ahorros de energía y el equipamiento en energías renovables. Todos los países, incluso los más pobres, disponen de importantes reservas de ahorros de energía. Valorar estas reservas, desarrollar tecnologías que no consuman demasiada energía, suprimir progresivamente las múltiples formas de subvención encubierta para el uso de energías fósiles, todo ello contribuirá a hacer viable el equipamiento en energías renovables en todas partes y bajo todas las formas disponibles. Aplicado a gran escala, el programa permitirá mejorar la eficacia de las tecnologías de producción de energía renovable. Como para el agua, la gestión descentralizada de la energía contribuye al aprendizaje de la subsidiaridad activa. El programa es positivo, simultáneamente, a nivel local y a nivel global: permite reducir tanto las poluciones locales y las emisiones de gas que producen efecto de invernadero como el aumento de los riesgos y residuos unidos al uso de la energía nuclear.
Los suelos: el programa consistirá en promover a gran escala el establecimiento de formas de explotación de los suelos que no acarreen, o lo menos posible, una degradación de sus funciones biológicas, alimenticias, reguladoras de funciones hidrológicas. Esta degradación masiva constituye hoy en día una fuente de graves disminuciones de la fertilidad del medio ambiente y, por lo tanto, de desertificación. El interés principal de este programa radica en su distribución en el espacio, en la obligación de revisar los sistemas de producción agrícola, en la movilización de mucha mano de obra, en la reducción de la inseguridad alimenticia en los países más pobres, en la obligación de buscar una gestión diversificada de los ecosistemas y de combinar programas a gran escala con micro-iniciativas
La revitalización de regiones profundamente degradadas: este programa puede concernir tanto a países de antigua industrialización como a los países que han sufrido (en Europa central, en la antigua URSS o en otras partes) los excesos devastadores de la modernización y de la industrialización a marcha forzada. Tiene un inmenso valor simbólico en un mundo en el que los hombres han tendido demasiado a ir a otro lugar cuando su entorno estaba destrozado por sus necesidades e imprevisiones. En un planeta limitado por sus contornos, cada vez más lleno de hombres, las estrategias de rehabilitación deben imponerse decididamente frente el sueño de conquistar nuevos e improbables espacios. La revitalización de estas regiones es la nueva frontera de la humanidad.
La conversión de las industrias de armamento: desde la segunda guerra mundial hay países en los que se han constituido sectores enteros de la economía en torno a la producción de armas. El fin de la guerra fría permite, en teoría, liberar múltiples capacidades y medios. Su conversión de la guerra a la paz es sin embargo un desafío. Supone, a la vez, una voluntad política, una capacidad técnica, la apertura de nuevos mercados y, sobre todo, de nuevas perspectivas que pueden entusiasmar a las competencias y talentos liberados. Proponemos un programa mundial, concertado, de conversión de las industrias de armamento hacia el desarrollo de nuevas tecnologías no agresivas para el medio ambiente. Será una fuerte inversión al principio, pero rentable a largo plazo. Será también el símbolo del paso de un período de conquistas y enfrentamientos a un período de solidaridad y alianza, tanto entre las sociedades como entre éstas y la naturaleza. Tendrán que ser garantizadas, bajo la garantía de instituciones internacionales -preferentemente regionales-, las condiciones de la seguridad, tanto entre los países como para las minorías nacionales.
La idea de programa movilizador no es nueva. El fracaso que han tenido en el pasado semejantes programas provoca, con razón, escepticismo. Pero también se pueden sacar de estos fracasos algunas reglas de puesta en marcha de los programas que aumenten sus posibilidades de éxito:
necesidad de una adecuación precisa entre el programa y las necesidades de las regiones en las que se aplica (como se hizo, con el plan Marshall, para la reconstrucción de Europa);
inscripción del conjunto al largo plazo (15 a 20 años), asociando, eventualmente, un programa a una generación;
puesta en marcha progresiva de los procedimientos y de la financiación;
puesta en marcha de capacidades institucionales y técnicas descentralizadas, enraizadas en las poblaciones y que estén a su escucha, en particular a través de protocolos de acuerdo establecidos con los representantes de las naciones;
basándose en la elección de las soluciones técnicas que mejor se adapten, puesta en marcha progresiva de los trabajos, con una evaluación regular de sus impactos y siempre en estrecha relación con las poblaciones.
Los países ricos deberán aportar la mayor contribución. Entre las formas de pago de esta contribución se pueden preveer una tasa progresiva (pero que tenga en cuenta las condiciones climáticas) basada en el consumo de energía (o en las emisiones de CO2), y tasas mundiales sobre los gastos en armamento por habitante y sobre los beneficios en bolsa.
6. Los plazos
Podemos vislumbrar un triple horizonte:
el horizonte 2000: gracias a una importante toma de conciencia y a la movilización convergente de energías múltiples - "los Estados generales del Planeta" -, se han tomado las principales decisiones e iniciado grandes programas en los principales ámbitos. Empiezan a esbozarse inflexiones decisivas;
el horizonte 2030 a 2050: este horizonte marca una bifurcación decisiva, puesto que si se mantienen las tendencias actuales llegaríamos para esa fecha a profundas degradaciones y a desequilibrios difícilmente reversibles. En la mayoría de los sectores (demografía, cohesión social, solidaridad, agua, energía) tendrán que haberse encontrado para entonces vías "sustentables y duraderas";
el horizonte 2080 a 2100: en este horizonte podemos esperar alcanzar un nuevo equilibrio entre los hombres y el planeta, con formas de vida y producción que limiten las extracciones y los desperdicios a lo que el planeta pueda soportar.