Número 5 | Abril 2000 | ||
Sumario |
Taller Yin-Yang Las mujeres, o mejor dicho, la mujer, ¿tendría, por naturaleza, una mejor disposición hacia la paz que los hombres o el hombre? Nada más incierto. La evocación de ciertas "grandes" figuras de la historia como Juana de Arco, Golda Meir o Margaret Tatcher -- sin olvidar las tejedoras de la plaza de Grève -- es suficiente para romper el mito "esencialista" de la dulzura de la feminidad innata. Esto incluye nuestra propia época. Hablando del genocidio de 1994 en Ruanda, un folleto de UNICEF decía recientemente: "No es ningún secreto para nadie el hecho que entre los extremistas que mataron a sus vecinos, colegas, amigos e incluso familiares, hubo mujeres. No obstante, el mismo folleto recuerda que fue a partir de la creación en este mismo país, por el esfuerzo unido de treinta dos asociaciones femeninas del movimiento "Pro-Femme/Twese Hamwe" que pudo empezar, algunos meses más tarde, la reconstrucción del país. Es un hecho que, a pesar de que no sale en los medios de comunicación dominantes, los lectores de la prensa asociativa y los visitantes sobre el terreno se rinden a la evidencia de que en las numerosas regiones donde actualmente existen conflictos, las mujeres, tragándose sus lágrimas, se asocian para reconstruir y restablecer la paz. ¿Por qué especialmente las mujeres? Sin ningún lugar a dudas a causa del reparto tradicional de roles entre los sexos. Tal y como decía a un periodista una mujer médico de Sarajevo: "Los hombres pueden morir. Al menos les es posible esta elección. Cuando la vida ya no tiene ningún precio, es un lujo poder morir. Las mujeres deben sobrevivir, aunque tan solo sea por sus hijos". Desde siempre las mujeres han sido, de las guerras, las víctimas, los objetivos privilegiados. También desde siempre han llorado, consolado, alimentado, curado, hospedado. No obstante, algo nuevo esta apareciendo, como lo atestigua la aparición en todas las ciudades destruidas de las célebres "mujeres de negro": desde hace algunos años, saliéndose de su papel de víctimas y consoladoras, las mujeres empiezan a decir "no" a lo que las hace sufrir a ellas y a sus hijos. Por ejemplo, tal y como ha sucedido recientemente en Colombia, rechazando de hacer el amor con hombres levantados en armas. No a la guerra, no a ningún tipo de violencia, de la que son responsables en el 90%, al menos en lo que hace referencia a la violencia física y según se ha podido establecer, los hombres. ¿Las precursoras de esta resistencia? Esas admirables mujeres argentinas, madres y abuelas de víctimas de la dictadura argentina, que crearon en 1977 el movimiento de la Plaza de Mayo. Esas "locas" con pañuelo blanco que, exigiendo que los asesinos, torturadores y secuestradores de sus hijos y sus nietos fueran llevados ante la justicia y condenados, supieron transformar su dolor individual en combate colectivo. Esta lucha -- desgraciadamente aún inacabada -- ha inspirado las acciones de mujeres y madres en el mundo entero. Contra la guerra, contra la mafia, contra la droga. En una palabra, contra lo que podríamos llamar el crimen organizado. IEn América Latina, en Asia, pero sobre todo en África. ¿Podemos extrañarnos de que el continente donde las iniciativas de mujeres por la paz parecen ser actualmente las más numerosas, sea precisamente el continente mas afectado por los conflictos y las violencias y donde las mujeres están más confinadas en el papel tradicional de esposa y madre? Una conferencia organizada por la UNESCO en Zanzibar (Tanzania) en torno al tema "La mujeres se organizan para la paz y la no-violencia en África" (mayo 1999), ha permitido tomar conciencia de la reciente creación prácticamente en todos los países del continente, de comités, movimientos, campañas y ONGs de mujeres por la paz. Algunas de estas iniciativas llevan a cabo intervenciones en los conflictos -- cuidar, acoger, reconciliar, reconstruir -- pero cada vez más -- y a menudo en el seno de los mismos movimientos -- las mujeres buscan la manera de actuar en el "antes". Concretamente se esfuerzan por integrar en la educación la preocupación por una cultura de la paz, partiendo de prácticas tradicionales -- canto, música, cuentos -- para desactivar los conflictos nacientes o simplemente invitar a los protagonistas a sentarse y discutir o, como ocurrió recientemente en Malí, organizar el boicot contra la importación de armas. De esta manera, de víctimas privilegiadas a resistentes, las mujeres -- o más exactamente, algunas mujeres cada vez en mayor número -- se están convirtiendo en lo que se llama "agentes de cambio". Agentes de cambio que pocas veces, a causa de su exclusión del poder, tienen la posibilidad de intervenir durante los conflictos, pero que cada vez más están presentes antes y después de éstos. A menudo cuestionan la legitimidad y eficacia de estos conflictos y recurren a nuevas maneras de actuar, generalmente no-violentas, precisamente porque ellas están "desplazadas" y separadas. No obstante, ni la acción ni la reflexión se limitan actualmente al ámbito "público" de los conflictos armados. "La guerra, se pudo escuchar en Zanzíbar, esta en todas partes, en las familias, en el trabajo, en las escuelas". Transformando su sufrimiento en combate, las madres argentinas hicieron que la distinción entre lo privado y lo público fuera menos estricta. "La paz, podemos leer en el documento final de la reciente reunión que tuvo lugar en Amsterdam entorno a "Mujeres y paz" de la Alianza por un Mundo Responsable y Solidario, no es simplemente un alto el fuego. Solo puede ser construida sobre el respeto al otro y sobre la igualdad" (ver la reseña más abajo). Concretamente, esto significa que hay que luchar también, por ejemplo, contra las violencias conyugales y contra la prostitución, por los derechos humanos de las mujeres..." Queda pendiente una cuestión. Cuando en un futuro más próximo de lo que imaginamos estas mujeres accedan, tal y como ellas lo reivindican, a las instancias de las distintas formas de poder, ¿sabrán continuar a decir "no" a los demonios de los nacionalismos, de la competición y del enriquecimiento personal? Dicho de otro modo, ¿sabrán conservar sus propios valores y resistir a la tentación de funcionar como los hombres? Marlène Tuininga (Francia)
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